El viacrucis de Setién en el Barcelona

Quique Setién, con su asistente Eder Sarabia a la izquierda.

«El día que me vaya lo haré tranquilo». Y Quique Setién, sin brillo alguno ya en los ojos, relajó el gesto. Seis meses como entrenador del Barcelona han bastado para divisar el final del camino.

Las bromas y las risas fueron protagonistas en aquellos primeros entrenamientos pre-pandemia. Los futbolistas, entre el desconcierto por algunos ejercicios que poco tenían que ver con la práctica deportiva de alto nivel -mucho sorprendió el juego de la gallinita ciega de principios de febrero-, y la curiosidad por descubrir cómo su nuevo entrenador trataba de motivarles, cambiaron rápido su parecer. Del entusiasmo pasaron a la sospecha, con el asistente Eder Sarabia en el ojo de la huracán por sus maneras viscerales y campechanas. Y de la sospecha, al desagrado.

Incluso a la falta de respeto hacia los capataces en la última etapa. Hasta que la caseta se hizo trizas en Balaídos, allí donde el Barcelona se dejó media Liga, y también las ya escasas esperanzas de una convivencia al menos profesional entre una plantilla aburguesada e incontrolable por un presidente inmovilista, y un cuerpo técnico desbordado. «Ha habido situaciones puntuales difíciles de solventar», confesó el entrenador.

Josep Maria Bartomeu, presidente del Barcelona, se ha reunido dos veces con Setién en los últimos 18 días. En el primer encuentro, rodeado de los capitostes de la dirección deportiva -por mucho que sea el propio mandatario quien tome las decisiones-, le hizo saber al entrenador que no debía temer por su puesto. El pasado viernes, un día después de confirmarse la pérdida del título de Liga y del garrotazo posterior de Leo Messi a su entrenador -«desde enero va todo mal»-, Bartomeu trató de calmar al técnico. Pero también quiso cerciorarse, una vez pulsada la opinión del vestuario, de que Setién podría resistir hasta el final de la Champions.

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